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Vivimos en despedida

¿Cómo es que andamos por la vida con un permanente miedo a dar el paso?

Qué hay de esa terquedad nuestra al esperar lo peor. Qué hay de ese temor eterno a que las etapas placenteras que estamos viviendo se terminen. A esa absurda idea de darnos de a poquito para que no nos lastimen, para no arriesgarnos o para no rompernos; para evitar transitar por ese obscuro sendero del sufrimiento, de la soledad y del desengaño. Para evitar encontrarnos con la falta, con esa falta que poco comprendemos, pero que nos trastoca hasta las profundidades.

Y lo ilógico que es que mientras intentamos cuidarnos de las estocadas de la vida, estas simplemente ocurren, sin previo aviso y sin aparente entrenamiento, nos sorprende para bien o para mal.

Recuerdo que cuando yo era adolescente murió el padre de una compañera de clase que también era mi vecina y de alguna manera mi amiga. En los días subsecuentes, cuando la observaba caminar por la calle a ella o a su madre, me preguntaba cómo demonios le hace la gente, o más bien, cómo específicamente le hacían ellas para “seguir adelante”.

Recuerdo también que me inquietaba saber qué pasaba por su cuerpo, su cabeza y todos sus sentidos, cómo lograban levantarse de la cama cada día y dar un paso hacia la existencia, hacia la realidad y hacia un presente inmediato desconcertante. Las imaginaba percibiendo ellas mismas sus propias sensaciones corporales a la par que recibían las miradas del otro, de todos esos otros.

En la actualidad me sigue sorprendiendo esa tendencia que tenemos para curarnos las heridas e indagarnos los dolores. A obligarnos a contactar con la voluntad interior o la enseñanza religiosa. A reconocer esa gran capacidad de adaptación de los seres vivos frente a situaciones adversas, es decir, a reconocer la resiliencia en nuestra propia carne.

¿Cómo es que los seres humanos vivimos con un constante temor respecto a que las cosas que anhelamos no resulten del todo bien? ¿Cómo es que andamos por la vida con un permanente miedo a dar el paso? Como si la vida por sí misma y la muerte con su cualidad de inadvertida no fuera algo que nos rompe a cada instante las creencias y nos obliga a reconstruir, a reparar y a enmendar continuamente el rumbo.

Así entonces, como diría el poeta, nos receto tiempo, abstinencia, soledad. Esperemos curarnos hoy de ese futuro que tanto nos inquieta. Y tengamos siempre mucho cuidado de que las sombras del pasado no ensombrezcan nuestro presente.

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GR