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Un México violento
Porque nos la quitaron
El próximo jueves se conmemorará el llamado “descubrimiento” de América y, con ello, el proceso de colonización y forjamiento de la nación mexicana.
Los estudiosos del fenómeno han profundizado sobre el poder que se atribuye a sí mismo quien “descubre” o quien llama “otro” a alguien diferente.
Quien se siente con ese poder impone su modo de vivir como una “normalidad” para los demás, en cualquier lugar.
En materia ambiental, los colonizadores europeos, que tenían por “normales” los ecosistemas (los animales, las plantas, los paisajes) del viejo mundo compararon frente a ellos a los “descubiertos” en estas tierras. El resultado ha derivado hasta nuestros días en la desestimación de algunos de los más particulares paisajes naturales americanos: las selvas y los pantanos.
El historiador argentino Eduardo Rosenzvaig señala que las selvas, por ejemplo, desconocidas para los “recién llegados”, eran sitios de desesperación, padecimiento y martirio por la abundancia de animales voraces e insoportables, desde insectos, arácnidos, reptiles, hasta mamíferos.
Dice el historiador: “Para los conquistadores el verde ofuscante del follaje selvático podía ser la atmósfera de una desgracia. Para los jesuitas, la tonalidad del Demonio. En el Chaco Gualamba (en las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay) el Diablo era verde”.
Los humedales (llamados también pantanos) fueron desestimados desde entonces y no faltaron políticas establecidas desde la Corona, que continuaron durante siglos para desecarlos. Esta práctica se estableció como “normal”, de tal manera que el lago de Texcoco fue completamente desecado por el presidente Porfirio Díaz. A partir de ese momento se han tenido, y hasta ahora, problemas de inundaciones de la gran Ciudad de México.
A la fecha, la falta de valoración de estos ecosistemas persiste. Un estudio realizado en 2016 sobre la percepción sobre los humedales arbóreos en Veracruz reporta una baja valoración de estos sitios, incluso por los mismos habitantes.
La investigación señala que estas poblaciones reconocen que los humedales les proveen algunos alimentos, madera para construir y atracción turística. Sin embargo, no valoran, por ejemplo, que estos sitios funcionan como protección natural contra las inundaciones costeras, que filtran o “tratan” el agua, que son refugio de una gran diversidad de animales y plantas de las que depende la producción de alimentos típicos de la riqueza veracruzana.
El año pasado, en 2022, se estimaba que sólo quedaba 10 por ciento de los tres humedales del río Lerma. Uno de los integrantes de la fundación Comunidades del Alto Lerma y de la comunidad otomí y centro agroecológico, Emilio Torres, reportó que en 10 años ya se había acumulado más de una tonelada de plomo en el pantano como producto de la caza de aves migratorias, sin políticas de conservación.
Otro ejemplo es el caso de la selva baja caducifolia que se encuentra en gran parte del país. Especialmente en el occidente de México, en Yucatán, en la península de Baja California y en el noreste del país. Un ejemplo de ello lo tenemos en la barranca de Huentitán. También se conocen como bosques secos, caducifolios. Despectivamente los llamamos matorrales o huizacheras. Estos ecosistemas ricos biológicamente son indispensables para el equilibrio del clima y de los ciclos minerales.
El desprecio a ellos se manifiesta en nosotros, los propios vecinos de estos lugares. Constantemente se destruyen para dar paso a cultivos y ganadería. Desconocemos o no sabemos saborear frutos y plantas silvestres de esos entornos: guamúchiles, quintoniles, talayotes, guanábanas silvestres, cocuixtles, mezquite, guaje, pochote…
A partir de la “evaluación comparativa” desde la colonia no se ha favorecido a la valoración de la biodiversidad local; por el contrario. En nuestra mente se han instalado otros paisajes y otros sabores, en detrimento de lo local, que a fin de cuentas es una característica irrepetible de la riqueza planetaria. Sería bueno comenzar a reconocernos habitantes de estos sitios conociéndolos y apreciándolos.
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jl/I