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10 meses

El 18 de marzo de 2020 ocurrió la primera muerte por Covid-19 en México. Pasados prácticamente 10 meses de que la pandemia se instaló (porque no encuentro un término mejor que ese) en el país, y con un panorama que ha rebasado, con creces, las predicciones oficiales más pesimistas, no alcanzo a entender todavía la indolencia con la que actúan muchísimas personas.

En toda la ciudad ya se ven imágenes que, al menos, deberían llamarnos a la reflexión y, al mismo tiempo, a pensar en cómo estamos actuando en lo individual y en lo colectivo.

Pongo un ejemplo. Hace un par de días, en Facebook, una persona puso a la venta un tanque de oxígeno. 9 mil 500 litros de capacidad, lleno, con cánulas, listo para usarse, decía la publicación. Al preguntar por el precio, este era de ¡80 mil pesos! Eso sí, el vendedor enfatizaba, al preguntarle por datos de su producto, que era el tanque de mayor capacidad en el mercado y que lo llevaba a domicilio a cualquier punto de la Zona Metropolitana de Guadalajara. Una ganga, pues, en tiempos de pandemia, desde su perspectiva. Una luz de esperanza para alguien, aunque significara vender un auto, pedir prestado, echar mano de los ahorros… A los dos días la publicación ya no existía. El tanque de 80 mil pesos, deduzco, se había vendido.

Otro. A lo largo de todo el país se ha conocido de reuniones que rebasan, por mucho, lo sugerido por las autoridades. Fiestas, sean clandestinas o no, que convocan a cientos de invitados. Cumpleaños, bodas, bautizos que se celebran por todo lo alto, según eso, con todas las medidas de seguridad, pero que en no pocas ocasiones terminan siendo un foco de contagio que germina sin control. Cualquier vuelta a las redes sociales y podemos ver cómo circulan fotos y videos de antros, bares y festejos sin mayores problemas. Porque la vida es una, dicen; porque de algo nos hemos de morir, argumentan; porque los demás son unos exagerados ridículos, reprochan; porque somos jóvenes y sanos, o sea, no nos pasa nada, aseguran.

Pero estamos ante un bicho que funciona en la colectividad. Siento que no hemos alcanzado o no queremos comprender que esta enfermedad puede usar a quien sea como vehículo y esa persona no es precisamente quien va a terminar enfermando o, en algunos casos, muriendo, sino cualquiera otra que tal vez ha sido más cuidadosa y prudente.

Sí, hay quienes se contagian yendo a trabajar, en el transporte público, en sus oficinas, en las calles, buscando el sustento diario, pero también ya deberíamos haber comprendido que el mensaje de quedarse en casa no es para esos cuyas necesidades los llevan a estar en contacto con muchas personas más, sino para quienes, por gusto, se embarcan en aventuras diarias o de fin de semana a "disfrutar de la vida", sin la menor precaución.

He leído a especialistas que incluso, con todo el conocimiento que poseen, consideran que es imposible, tanto física como emocionalmente, mantenernos aislados, así que entonces ya han optado por hacer llamados a tomar todas las precauciones posibles. Reunirnos de forma consciente y responsable, aunque el riesgo nunca sea nulo. Pero parece que ni siquiera queremos ceder en que, si nos vamos a juntar con otros, lo hagamos en lugares abiertos, ventilados; con cubrebocas, sin compartir cubiertos o vasos, con pocas personas, y de la menor cantidad de núcleos familiares que sea posible, y por supuesto no asistir si tenemos algún rastro de enfermedad…

Nos negamos por alguna razón que, seguramente, en el futuro será objeto de estudios sociológicos y psicológicos.

No veo modo.

Y esto sigue…

Twitter: @perlavelasco

jl/I