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La 4T y sus enemigos

Por la supuesta participación de Cuauhtémoc Cárdenas en el Colectivo por México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) lo llegó a considerar como su adversario. Un día después, tras el desmentido de Cárdenas, afirmó que haberlo calificado así no significaba que era su enemigo. La Real Académica Española (RAE) define adversario como “conjunto de personas contrarias o enemigas”; por su parte, “enemigo” tiene más una connotación bélica pues hacer referencia a persona que “tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal”.

El hito principal de la 4T es cambiar el régimen político (neoliberal) y transitar a uno con una nueva forma de hacer política y donde el “pueblo” tenga más incidencia en la toma de decisiones públicas a través de mecanismos de participación ciudadana. Para ello se considera imperioso realizar reformas constitucionales y legales; desmantelar las instituciones y prácticas del “antiguo régimen” para, a partir de su demolición, construir la 4T de México.

¿Cómo se cambia un régimen político a voluntad, por una persona o un supuesto movimiento? México ha transitado, desde la tercera transformación con la Revolución de 1910, por cambios sociales, políticos y culturales dotando al país de un entramado constitucional e institucional producto de sucesivas reformas que paulatinamente condujeron a una democratización de la vida política. La transición a la democracia fue producto de múltiples movimientos y fuerzas políticas y sociales que configuraron, en buena medida, la democracia mexicana.

Parecía que todo iba bien. Como mencioné la semana pasada, México no ha sido una “democracia plena”, pero sí una “democracia defectuosa”, al menos desde que The Economist inició el estudio en 2006. Ese año el puntaje del país fue de 6.67 y en 2010-2011 nuestro máximo de 6.93, algo lejos de una democracia plena (si tuviéramos 8.0). De entonces se vino un declive consistente hasta 2020 que tuvimos 6.07, pero en 2021 y 2022 punteamos 5.57 y 5.25: esto nos define como un “régimen híbrido”. De acuerdo con la tendencia (y si las cosas no cambian) lo más seguro es que el próximo año tendremos un puntaje menor, por desgracia.

Esto significa que algo no se está haciendo bien, muy a pesar de lo que a diario se repita mañana tras mañana en las conferencias de prensa matutinas. La 4T no es un movimiento colectivo, sino la entelequia de un solo hombre, que por cierto ha pedido “lealtad ciega” de sus seguidores al proyecto. Al no coincidir con las acciones emprendidas, algunos funcionarios que lo han acompañado en la aventura, al darse cuenta de lo insostenible de sus designios y la ausencia de autocrítica, se han alejado del proyecto.

Los pésimos resultados de las decisiones gubernamentales –la lista es larga– por la insensatez presidencial en proyectos opulentos, caros y obtusos; con funcionarios carentes de experiencia, conocimiento o capacidad (supuestamente honestos, aunque han probado no serlo), que en ocasiones han terminado en tragedias, son en realidad los verdaderos enemigos de la 4T. No son los conservadores ni los fifís: son los legisladores morenistas que no se atreven a cambiar “una sola coma” a las iniciativas presidenciales; son quienes han demolido el sistema de salud; son quienes intentan destazar al INE y un largo etcétera.

El informe de The Economist atribuye el retroceso de la democracia mexicana a “los ataques de López Obrador a los controles y equilibrios democráticos, así como el papel cada vez mayor que desempeñan las Fuerzas Armadas en la economía y la seguridad”. Sin duda, la 4T es un peligro para la democracia.

Twitter: @ismaelortizbarb

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