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Mayorías, representación y populismo

Nadia Urbinati es una politóloga italiana, catedrática de la Universidad de Columbia, que se ha dedicado a estudiar las modalidades de la democracia. En 2019 escribió un libro que tituló: Me the People. How Populism Transforms Democracy (Yo, el pueblo. Cómo el populismo transforma la democracia) donde propone una teoría interesante respecto a la forma en que el populismo en algunos países se ha apropiado de la representación política y de la voluntad del “pueblo”.

La autora indica que el populismo no es reciente, que sus orígenes se remontan al siglo 19, la diferencia de entonces es que ahora “es la intensidad y la omnipresencia de sus manifestaciones” y que ha florecido en casi todas las democracias. De ahí el interés que ha mostrado hoy en día entre académicos y ciudadanos, aunque se vea más como “una herramienta polémica y no analítica”. Por eso, su intención es abandonar la “actitud polémica” y plantearlo como un “proyecto de gobierno”.

Plantea también que el populismo ha transformado los tres pilares de la democracia representativa: el pueblo, el principio de la mayoría y la representación. Que los movimientos populistas han configurado “un régimen particular dentro de la democracia constitucional”; que el populismo en el poder adquiere un nuevo modelo de gobierno representativo, aunque “desfigurado”.

Para ello, Urbinati sugiere que la democracia populista es una nueva forma de gobierno representativo que se sustenta en dos fenómenos: una relación directa entre el líder y el pueblo bueno; y “la autoridad superlativa de su público”. De aquí presume el concepto de “política de parcialidad”; esto es, el populismo como interpretación de “el pueblo” y “la mayoría”. Para ello, distingue entre el populismo como movimiento popular y como populismo en el gobierno. Es en este último en el que se concentra su análisis.

El líder populista –ya en el poder– se respalda en una fracción del electorado que votó por él (aunque, en términos reales, los que no votaron por él sea la mayoría) para enfrentar a la oligarquía, a la que ve como adversario donde se incluye a los empresarios, los partidos de oposición, los “intelectuales orgánicos”, los periodistas, entre otros. En definitiva, se pude concluir que el populismo es en esencia “clasista”.

La autora propone que se pasa de una “democracia partidista” a una “democracia de audiencias” (o “democracia del pueblo”), donde una parte es la auténtica (y por ello encarna la representación popular) y, por lo tanto “merece gobernar por su bien contra la parte que no es auténtica”; esto es, el populismo no significa que “la parte” representa “el todo”: se descartan todos los criterios de “generalidad” y a las “múltiples partes” (pluralismo).

El líder populista llega al poder a partir de una postura antisistema y tiene el reto de mantenerse así. Para ello debe convencer a sus seguidores que, a pesar de estar en el poder, no es parte del sistema y para ello se fundamenta en una democracia plebiscitaria a partir de “dar a la publicidad una función principalmente estética y emocional, y por tanto teatral”. La autora aventura que “la mayoría populista se instala en el poder con la certeza de que es más que una ganadora temporal: afirma ser la mejor ganadora, cuya misión es recuperar el pueblo ‘auténtico’”.

En definitiva, Urbinati afirma de forma categórica que el populismo debe leerse como “una estrategia para llegar al poder que emplea procedimientos democráticos con fines no democráticos” para así “humillar a las minorías y a los opositores movilizando al público mayoritario” (“mayoritarismo radical”).

Twitter: @ismaelortizbarb

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