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Política exterior errática

La política exterior de la 4T no es lo suyo (y otras cosas más). El presidente López Obrador (AMLO) alguna vez expresó que: “La mejor política exterior es la interior”. De hecho, no es original de él; la habrá leído o escuchado por ahí. Es una máxima a la que han recurrido otros políticos; por ejemplo, Franklin D. Roosevelt y Richard Nixon en los Estados Unidos (“The best foreign policy starts with a great domestic policy”).

La idea es clara: se debe tener un control de los problemas internos y mantener una sociedad cohesionada y estable (gobernabilidad). La política interior es la imagen que un país proyecta a nivel internacional. Sin embargo, cuando dos terceras partes del territorio nacional está bajo el control de crimen organizado, aunado al problema del desabasto de medicina y el sistema de salud en general, difícilmente se puede hablar que un país tiene una política interna sólida y estable.

Cuando la representación política en México era dominada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), se conformaron los “diputados de partido” (antecesores de los de representación proporcional) en 1963 para dar una imagen democrática de nuestro país en el concierto internacional, pues “con frecuencia, se (ha) criticado al sistema mexicano de falta de flexibilidad para dar oportunidad a las minorías políticas” (López Mateos dixit).

Algunas acciones recientes de la política exterior mexicana han dejado mucho que desear. Tanto la presencia como las ausencias de algunas reuniones internacionales son significativas para transmitir la solidez de la política interior. En la XVIII Cumbre de Líderes del G20 los días 9 y 10 pasados en la India, un foro internacional de líderes de las principales economías del mundo, no asistieron ni él ni la secretaria de Relaciones Exteriores. En su lugar lo hizo la secretaria de Economía, Raquel Buenrostro (crocs aparte); pero sí asistieron el mismo Joe Biden y otros líderes.

En esas fechas, AMLO prefirió acudir a Colombia, donde se reunió con el presidente Petro, en la Conferencia Latinoamericana y del Caribe de Drogas. Durante la intervención de presiente colombiano, el lenguaje corporal de AMLO revelaba molestia o incomodidad porque parecía describir el problema del narcotráfico en nuestro país.

Posteriormente, acudió a Chile a la conmemoración del golpe de Estado contra Salvador Allende, pero evitó usar el espacio aéreo peruano, dados sus desencuentros con el gobierno de ese país. Aprovechó su estancia para atacar a los medios de comunicación mexicanos (“La ropa sucia se lava en casa”): “los medios de manipulación, expertos en la calumnia”.

Al regreso a México, en el desfile del 16 de septiembre, se invitó a un contingente ruso (país invasor en Ucrania) a participar en la parada militar (pero no a representes de otros poderes): pareciera desafiar al gobierno de EUA por haber obligado a entregar a Ovidio Guzmán un día antes.

Tampoco asistirá a la 78.° período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas a donde muchos líderes de países miembros de la ONU dirigirán sus mensajes a la comunidad internacional, perdiendo así una oportunidad para exponer los fundamentos de la 4T. Por último, ayer confirmó su ausencia de la Reunión de Líderes del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico de 2023, en California, debido a que “no tenemos relación con Perú”.

La política exterior no es lo fuerte de AMLO. Le aterra salir de México y por eso sólo había viajado a pocos países; se apoca ante otros líderes. La política interior que define a nuestro país son el narcotráfico, la migración, la energía y el cambio climático.

X: @Ismaelortizbarb

jl/I