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Violencia a través del lenguaje

Las palabras violentas no dejan huella física. Las palabras no dejan huellas físicas. Por eso hay un halo de impunidad frente a ellas. Muchos dicen que no dijeron o que fueron malinterpretados o que no hay que tomar en serio lo que se dice cuando hay ira y coraje de por medio. Lo cierto es que las palabras violentas equivalen a golpes, a veces muy fuertes, en el alma. Por eso no debemos admitirlas.

Un ejemplo de violencia cotidiana es el lenguaje y el bagaje personal de los funcionarios públicos que atienden a mujeres violentadas que se hace presente constantemente en las oficinas y ministerios públicos que las atienden. ¿Qué andabas haciendo a esas horas? ¿Y cómo ibas vestida? ¿Te gustó? ¿Qué sentiste? ¿Por qué no atiendes a tu marido? Las entrevistas de estos funcionarios públicos no son legales, sino morbosas.

Al revictimizarlas con el lenguaje, los funcionarios se vuelven parte del problema de violencia.

El lenguaje que animaliza al otro. Hay quien elige decir cotidianamente que los otros son un cerdo, una mosca o una bestia. Lo de cerdo, para los obesos o vulgares. Lo de mosca, para expresar que alguien es impertinente. Lo de bestia, para quienes se equivocan o no reflexionan.

Es tan usual que se utilicen este tipo de palabras que se han incorporado al lenguaje común. Son aceptadas socialmente y no molestan, a menos que vayan acompañadas con desprecio.

Algunas personas también se animalizan a sí mismas. No dicen que trabajan fuertemente, sino que “se rompen el lomo”. No dicen que se sienten explotados por otros, sino que son “el burro de carga” de los demás.

Estas animalizaciones, y otras, despojan a la persona de su condición de persona.

El lenguaje sexista. La manera en cómo nos referimos los hombres y las mujeres está cargado de discriminación e inequidad. En este sentido, al usar el lenguaje somos lo que decimos y hacemos al decir, y somos lo que nos dicen y hacen al decirnos. Y para decir y decirnos lo que decimos, mostrando algunos contenidos sexistas incluidos en los principales diccionarios.

Por ejemplo, en el Larousse (1995) mujer se define como esposa. Mientras que hombre se define como “ser dotado de inteligencia y de un leguaje articulado clasificado entre los mamíferos del orden de los primates y caracterizado por su cerebro voluminoso, su posición vertical, pies y manos muy diferenciados”.

Otro ejemplo son los refranes: A la mujer y a la burra, cada día una zurra. A la mujer y a la carne, mientras chillen, darle. Jaques Chirac, ex presidente de Francia de 1995 a 2007, afirmó en una ocasión: “Para mí la mujer ideal es la mujer como las de antaño, sufrida, que sirve a los hombres en la mesa, no se sienta nunca con ellos y no habla”.

El lenguaje violento del narco. En México, a través del lenguaje, el horror extraordinario se convierte en un hecho trivial. Se fue adoptando como universo el término casa de seguridad, el cuerno de chivo; y los actores criminales como el cartel, el capo, el sicario, el halcón, la mula, el pozolero; los actos criminales como la ejecución, el levantamiento, el cobro de piso; las víctimas como los descabezados, colgados, encobijados, encajuelados. Con el lenguaje se da distancia simbólica entre el mundo civilizado y un mundo de barbarie donde la violencia es normal.

La violencia en el lenguaje es una de las más nocivas formas de agresión. Las palabras tienen el poder de dejar huellas con repercusión incluso muchos años después. Muchas veces la violencia en el lenguaje es legitimada socialmente. No es tan visible como la violencia física, lo que hace difícil que intervengamos como sociedad.

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JJ/I