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A quien le gusten las leyes y los embutidos es mejor que no vea cómo se hacen, dice una frase atribuida al mariscal Von Bismarck, fundador de la Alemania moderna. Lo mismo podríamos decir de casi cualquier proceso de toma de decisiones, sea que se lleve a cabo en el ámbito público o en el privado, puesto que la realidad es que los humanos no somos tan racionales como nos gustaría.
Al momento de tomar una decisión, las personas lidiamos con un conjunto contradictorio de argumentos, sentimientos, prejuicios, pasiones, valores, apuestas personales y rasgos de personalidad, a lo que se suma el hecho de que usualmente no tenemos ni el tiempo ni la información necesarios para elegir lo óptimo, y nos quedamos con la medianamente aceptable de entre lo que vislumbramos.
Esto no es un problema cuando se trata de decisiones cotidianas, en las que sólo la propia persona, o unas cuantas más, pueden sufrir los efectos de una mala decisión. Pero cuando de esa decisión depende el bienestar de muchas personas, directa o indirectamente, entonces sí cobra relevancia la manera de decidir.
Debido a ello se han desarrollado métodos y técnicas para evitar que las decisiones se tomen sin, por lo menos, haber considerado las posibles consecuencias indeseadas de las mismas. Uno de esos métodos consiste en generar espacios de deliberación en los que personas informadas e interesadas aporten sus perspectivas del asunto para ampliar el panorama. Otro método consiste en hacer lo más transparente posible el proceso para que aún más personas puedan ofrecer retroalimentación. Dichos métodos no garantizan que no se cometan errores, pero sí pueden ayudar a prevenirlos o a evitar que se repitan.
De alguna manera, la supervisión de quienes tienen interés en el resultado de una decisión genera presión, para bien y para mal, sobre quien decide algo, y muy en particular sobre quien tiene el deber de juzgar, como lo pueden atestiguar los árbitros deportivos.
Ahora bien, si se toman decisiones injustas ante la mirada de miles de espectadores, ¿qué pasa cuando alguien que está acostumbrado a tomar decisiones a solas, sin que nadie le supervise y, especialmente, sin que tenga que asumir las consecuencias de sus errores? En una circunstancia como esa, ¿podemos esperar que se tomen las mejores decisiones, especialmente si existen personas con intereses demasiado grandes que proteger, dispuestas a hacerlo por cualquier medio, legítimo o ilegítimo?
Este es el motivo por el que es tan importante la transparencia en el ámbito judicial. Actualmente los jueces son los villanos favoritos, aunque no los únicos. Es muy frecuente que se señale a algún juez como corrupto, aunque en la práctica no tengamos manera de verificarlo. Y no podemos verificarlo porque la mayoría de las personas no sabemos qué pasa dentro del ámbito judicial ni lo entendemos.
Y es posible que haya muchos jueces que hacen bien su trabajo, así como otros que lo hagan mal, incluso deliberadamente mal, pero hasta que no podamos ver qué ocurre en el proceso judicial, no tendremos elementos para intervenir y, en su caso sancionar a quienes no lo hagan bien. Por lo pronto, es necesario que tengamos acceso a las resoluciones judiciales tan pronto como se generen, como se planteó el pasado 23 de mayo en el ITESO.
Sin esa transparencia básica, que nos permita conocer los resultados de la labor judicial, todo intento de evaluación podrá ser utilizado con fines ilegítimos, como premiar a los jueces que injustamente favorezcan a los poderosos en turno, y para castigar a quienes traten de administrar justicia imparcialmente.
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@albayardo
JJ/I