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Solipsismo presidencial

El concepto de política está ligado con la ciudad (polis) de donde se deriva, pero también lo está con el poder: la primera es tangible y lo segundo es un talante. El término ha sufrido cambios desde sus formas clásicas hasta llegar ahora a asociarla indisolublemente con ambos: el poder político en el Estado; aunque además se debe considerar el poder económico y el poder ideológico, a decir de Bobbio.

Ahora bien, quienes detenten el poder político (sin importar cómo lo hayan logrado) deciden la dirección que habrá de seguir un gobierno. En una sociedad democrática, basada en reglas claras y aceptadas por todos los contrincantes en una contienda para ganar la mayoría de votos y hacerse del poder, las instituciones sólidas son los cimientos en los que se habrá de construir un buen gobierno.

Aquí es donde entra la famosa pregunta de si la política es una ciencia o un arte. Quienes la conciben como una ciencia consideran que estudiándola a profundidad y desde una concepción científica permitirá tomar en cuenta las variables axiomáticas correctas para adoptar las mejores decisiones. Sobran ejemplos de que no necesariamente esto ha funcionado así. Por otro lado, quienes consideran que la política es un arte pueden dar múltiples ejemplos de personas sensatas, bien intencionadas y carismáticas que saben escuchar, observar, evaluar y luego tomar la mejor decisión, sin ser científicos de la política.

Y luego están quienes pasaron por la universidad para estudiar sesudamente la política, pero no tienen la menor idea de cómo conseguir el poder y si, por circunstancias ajenas a su capacidad o liderazgo, logran una posición de gobierno resultan ser políticos grises e intrascendentes. Aunque también están los arribistas, que llegan a la política para buscar beneficios personales o de su grupo (sólo hay que ver la integración de cabildos y congresos). No son políticos de profesión, sino de oportunidad.

Entonces hay una gran variedad de políticos y de formas de hacer política y no necesariamente están en el gobierno; porque la política se ejerce desde todos los ámbitos de la sociedad: la empresa, la universidad, la sociedad civil organizada, las comunidades, los medios de comunicación, la iglesia, etcétera. Claro que, en una sociedad democrática, todas las expresiones políticas y las llamadas “doctrinas comprensibles” caben en un consenso traslapado (Rawls) y son escuchados.

El primer político del país es el presidente de México, a quien se le criticó por ostentar “poderes metaconstitucionales” (Carpizo). Desde Salinas a Peña Nieto se buscó acotar ese hiperpresidencialismo, aunque terminamos con un presidente débil, desprovisto de varios poderes constitucionales repartidos, en aras del equilibrio de poderes, entre el Legislativo, el Judicial y los organismos constitucionales autónomos.

Estos días estamos en la presencia del regreso del hiperpresidencialismo en la figura de Andrés Manuel López Obrador. La carta de renuncia/denuncia de Carlos Urzúa alega que, con quien toma las decisiones (AMLO) hubo muchas “discrepancias en materia económica”. Además, que en “esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento” (NAICM, Dos Bocas, tren maya, Pemex, recortes presupuestales) por un presidente que sólo escucha el eco de su propia voz.

Con la política asistencialista gubernamental apuntalando un mesianismo fervoroso y un país morenista, seremos testigos de un político con poderes nunca antes vistos en el sistema político mexicano.

Aprovecho para informales que, por vacaciones, haremos un receso para regresar el 30 de agosto.

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JJ/I