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Los números también duelen: 43, 49, 72…

Los números no son neutrales. Por lo general se vinculan con algo que puede ser feliz, doloroso, romántico, legal, histórico, astronómico, jurídico o de cualquier otra denominación del quehacer humano. En un contexto donde la violencia domina, los números dimensionan lo que sucede. Un suceso lo sintetiza una cifra. Por ejemplo, 43 refiere a los normalistas de Ayotzinapa secuestrados y desaparecidos el 26 y 27 de septiembre de 2014, una de las más viles agresiones orquestada por redes de complicidades que incluyen a los autores materiales, a la entonces PGR y a integrantes del Poder Judicial de la Federación, sin que todavía se conozca el paradero de los jóvenes. La impunidad es una brasa que arde en el corazón de sus familias.

Otro ejemplo son los 49 niños y niñas que murieron quemados en la Guardería ABC hace 10 años, en Hermosillo, Sonora. Sus padres y madres, sus hermanos, sus familias han sido persistentes. Transcurrieron sexenios sin que realmente se deslindaran responsabilidades de personajes señalados con un grado de culpabilidad, vinculados a Margarita Zavala, esposa del ex presidente Felipe Calderón. Es otro de los casos oscuros, los expedientes manoseados, las declaraciones sin peso, las promesas incumplidas, las indagaciones parciales, que no conducen a la verdad. El incendio no sólo cercenó vidas; también la justicia.

Un caso más que contabiliza la locura asesina: los 72 migrantes procedentes la mayoría de Centroamérica acribillados en San Fernando, Tamaulipas, por un grupo ligado al cártel de Los Zetas. En agosto de 2010 un sobreviviente escapó y relató cómo los secuestraron, los maniataron, los condujeron a la nave abandonada de un rancho del pueblo y, fríamente, los mataron. Ahí quedaron 72 cuerpos de 58 hombres y 14 mujeres, tendidos en el pasto, que deseaban migrar hacia Estados Unidos. No es la única matanza masiva de migrantes, sí la primera.

Los números no sólo cuentan algo. Los números también duelen: 43 de Ayotzinapa, 49 de la Guardería ABC, 72 de San Fernando… Y los muchos casos de México que podemos sumar y que son resumidos con uno, dos o más números que impiden visualizar otras vidas destruidas. Los números, no es su función, no muestran las emociones que generan al relacionarlos con un hecho doloroso. Los números rebasan las estadísticas de la violencia, traspasan almas, representan pesadillas que matan poco a poco. Cada número es un ser al que le arrebataron la vida, que desaparecieron, que trataron con crueldad, que estaba vulnerable y se cebaron en él o en ella. Los números son dolorosas necrologías en México.

También de los números se infieren rezagos, ineficiencias o promesas incumplidas, como garantizar la seguridad pública. En Jalisco, un ejemplo reciente son las 119 nuevas bolsas con restos humanos encontrados en la fosa de La Primavera, Zapopan. Son pedazos de decenas de personas. Antes conocimos otros números de personas o sus restos metidos en bolsas y tirados. El antecedente inmediato es la finca del fraccionamiento Villa Fontana Aqua, en Tlajomulco, que tenía 17 bolsas con partes de 10 cuerpos. Corporeidades en descomposición que simbolizan las mentes descompuestas de los agresores.

Los números pueden engañar. Son precisos matemáticamente, son imprecisos para las emociones. El dolor se esparce más allá del número de víctimas directas. En tragedias como la mexicana el daño emocional, físico, mental o espiritual suele enquistarse de manera exponencial. Los números se diluyen ante el dolor que endosan los victimarios. La parábola del buen samaritano convalece en el corazón de una sociedad atemorizada que se niega a movilizarse para detener la violencia y exigir justicia.

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JJ/I