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Coronavirus y utopía

En plena pandemia de coronavirus hay quienes miran a los Estados autoritarios, ya sea de izquierda o de derecha, como modelos a seguir para resolver la crisis. Otros piensan en la necesidad de recuperar y reinventar el bienestar en democracia, apelando a sociedades civiles fuertes que sean capaces de producir un nuevo pacto social global para enfrentar la recesión y el miedo.

Hemos sobrevivido a la era de doctrinas que pretenden decir cómo deben actuar nuestros gobernantes y recordar a los ciudadanos que quienes están en el poder saben lo que es bueno para ellos. Definitivamente, no podemos volver a eso.

Hoy, en tiempos del coronavirus, la nueva utopía que se genera, puede entenderse como una práctica social motivada por el deseo de una existencia mejor. La utopía tiene a la vez el potencial de recuperar las bases de la sociedad actual, poniendo distancia del orden social predominante del neoliberalismo salvaje.

La crisis del coronavirus presenta tanto peligros como oportunidades. Hay la posibilidad de que el mundo poscoronavirus sea más posneoliberal. Las oportunidades que surgen por las crisis con frecuencia son definidas por las élites económicas, financieras y políticas.

Pero un shock como el del coronavirus puede permitir también que nuevas ideas entren en el discurso público. Por ejemplo, demandas permanentes para resolver políticas públicas en salud pública y a la protección al consumidor.

Es posible que la atención que los medios globales están dando a la crisis actual contribuya a que los problemas de salud obtengan una mayor prioridad en las futuras políticas públicas.

La reacción frente a la crisis del coronavirus puede ayudar a revertir ideas y prejuicios sobre el cambio climático, por ejemplo.

Si hay dinero público y voluntad política para enfrentar el coronavirus, puede haberlo para afrontar la crisis del cambio climático. Países conservadores en los temas fiscales, como Alemania, están liberalizando sus posturas sobre los aumentos del gasto público y el déficit fiscal. Los conservadores británicos pasaron de las políticas de austeridad a dar estímulos fiscales. En otras palabras, capitalistas extremos usando fórmulas del socialismo, porque los intereses del capitalismo están en riesgo.

Cuando las empresas no pueden depender de los mercados necesitan un escudo frente a las potenciales protestas de los de abajo. Surge así el Hood Robin al revés, para apoyar a los empresarios a costa de los pobres.

Otro ejemplo de modelo alternativo es el de Tulsi Gabbard, una de las precandidatas demócratas para la elección presidencial de 2020, que propuso un ingreso ciudadano de mil dólares durante el periodo de crisis.

Imprimir billetes, el gran pecado social, por no estar basado en bienes producidos, hoy es una propuesta de Donald Trump, pues se propone enviar cheques a los estadounidenses para combatir la recesión por el coronavirus.

Las fracturas sociales que se dan en el presente abren posibilidades para nuevas formas de ser y hacer. Por la crisis de la pandemia se abre una pluralidad de futuros.

No hay garantía de que estas prácticas puedan resultar en una transformación a largo plazo, pero pueden hacer que demandas que podían parecer irreales se vuelvan socialmente más aceptables. Un esquema de ingreso ciudadano permanente podría contribuir a evitar el contagio en el contexto de pandemias futuras, ya que sería más fácil que la gente pudiera permanecer en sus hogares. Se revive así lo que en México se propuso como salario básico universal.

En este contexto, hay demandas autoritarias que intentan aprovechar el momento. Pero muchos otros ciudadanos están trabajando los elementos disruptivos del presente para expandir los horizontes democráticos, y abrir una pluralidad de futuros. Se necesita una nueva economía con rostro humano.

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