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Personajes políticos y legalidad

En esta que es mi última columna del año, quiero invitarle a reflexionar sobre lo que refleja de nuestra sociedad el tipo de personas que apoyamos en la política.

Podemos pensar que una persona carismática es aquella que encarna de alguna manera los valores de una sociedad o un grupo de personas, es decir, que hace concreto aquello que resulta deseable, y por eso mismo, ese tipo de personas resulta atractivo para el resto, por motivos que van más allá de su mero desempeño.

Es muy fácil reconocer a las personas carismáticas por la cantidad de personas que las siguen con entusiasmo, que están al tanto de lo que hacen y dicen, y a las que se les perdona todo. Esto da un gran poder a esas personas, por lo que pueden llegar a provocar con sus actitudes y comentarios, y esto es particularmente relevante en la política.

Una actitud característica de las personalidades carismáticas es su poco aprecio por las reglas, las cuales rompen o reinterpretan a su gusto, argumentando que es necesario hacer las cosas de una manera nueva. Esta actitud en sí misma no necesariamente es problemática, porque de otra manera no tendríamos ningún avance en lo social. El problema está en la definición del para qué de las rupturas.

Esto resulta complejo, porque los personajes carismáticos afirman que están rompiendo las reglas del juego, porque quieren hacer valer los derechos que ciertas personas perdieron precisamente a causa de esas reglas, y esto les da una gran legitimidad, por lo menos a los ojos de quienes les admiran, a la vez que se sienten que se les escucha y atiende en lo individual.

El asunto por discutir es qué reglas rompen, y si en verdad lo hacen para restablecer un derecho o un privilegio. De hecho, la segunda pregunta es la más relevante, porque determina la legitimidad de la respuesta a la primera. Y en esto necesitamos prestar mucha atención, porque es muy fácil tomar como pretexto el hecho de que haya personas que sienten que reciben un trato indigno, para restaurar o afianzar privilegios de otras personas.

Me explico. Es muy fácil que alguien diga que quiere restablecer los derechos perdidos por un grupo de personas, y plantee que para eso necesita acumular mucho poder, porque es la única manera en que podrá hacerlo, y sin embargo, el personaje se dedique fundamentalmente a acumular más y más poder, pero no a cambiar las reglas del juego para que en el futuro las personas que vieron afectados sus derechos no necesiten que venga alguien “poderoso y compasivo” a remediar la situación, e incluso utiliza ese poder para aplastar cualquier crítica, aunque provenga de quienes se supone que se van a beneficiar. En este caso estaríamos ante un uso engañoso de la reivindicación de derechos.

Pero, también puede ocurrir que los derechos que el personaje carismático quiere restaurar son en realidad privilegios ilegítimos, derivados de una previa distribución inequitativa del poder. Sería el caso, por ejemplo, de quien dice defender el derecho de los automovilistas a circular libremente por las calles, diciendo que todo aquello que lo impida, ciclovías, pases peatonales, etc., deben desaparecer, o de quien demanda restablecer el supuesto derecho masculino a estar por encima de las mujeres. En realidad, esos son privilegios ilegítimos, no derechos, y su reivindicación suele ir acompañada de violencia.

Con todo esto no quiero decir que las reglas existentes son justas y, por lo tanto, intocables. No, nada de eso. Solo invito a reflexionar si cuando aplaudimos la ruptura de reglas lo hacemos por solidaridad con quienes han sido injustamente marginados o por egoísmo.

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