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Siempre mintió
El abogado de Ovidio
Son diversas las formas en que el ser humano aprende. Sin ser las únicas, menciono tres: por placer, por repetición o por dolor. Aprender por placer sin duda que es gratificante, atractivo y motivador. Lo placentero alienta a continuar lo que se hace, a perseguir objetivos, mantener tareas disfrutables. Otra manera de aprender es a través de repetir una y otra vez aquello que se desea dominar. Desde aprender un vocabulario en el aula hasta pasos de baile, son sencillos ejemplos de los miles que se pueden mencionar.
Otro aprendizaje es a través del dolor. A una persona se le puede advertir que continuar con tales ideas, actitudes, comunicación, hábitos o conductas podría derivar en un resultado doloroso, para sí o para otros. ¿Cuántos casos personales, familiares o comunitarios conocemos en que se obtienen duras o fatales consecuencias por seguir esa vía? Las paredes no se derrumban a cabezazos, pero abundan los que continúan dando dolorosos topes a los muros. Lo trágico es tocar adoloridos el fondo y ni así aprender. Cargar la cruz es aprender por dolor.
Mi hipótesis es que el aprendizaje por dolor es el que predomina en México. Es una tendencia nacional, sin que signifique minimizar o menospreciar esfuerzos personales o grupales que transitan por otras maneras de aprender. Las vías de aprendizaje es importante no revisarlas desde el marco de si son buenas o malas, porque atoran la comprensión; sino valorar si generan o no mejores condiciones y calidad de vida, individual y colectiva.
Son numerosos los ejemplos que, desde esta óptica, podemos encontrar acerca de que, con gran dosis de inconsciencia, sobresale entre los mexicanos el aprendizaje por dolor. La muestra más palpable es la violencia que asola, aumenta, atropella los rincones del país. La violencia verbal, física o psicológica se traslapa con otras como la simbólica, de género, histórica, jurídica y las que puedan identificarse. Son violencias que hieren y pueden llevar a la muerte dolorosa. Un acto de violencia es una onda expansiva que lastima a las víctimas directas y se extiende hasta alcanzar al conjunto de la sociedad. No contribuir a detener la violencia que lastima al país es aprender colectivamente por dolor; respaldar la promoción de la paz es aprender con inteligencia.
El aprendizaje por dolor mediante la violencia contra otros mantiene actualmente a 200 mil personas en cárceles mexicanas. ¿Cuántos aprenderán, vía el dolor de la incertidumbre, el estrés o con una sanción penal que la corrupción no es permisible? También es cierto que a pesar de sus implicaciones dañinas, miles de responsables de atrocidades morirán sin aprender que el dolor no es el mejor camino. Por desgracia, ni el dolor les hará conocer el respeto, el amor, la solidaridad o la paz.
Otras formas de aprendizaje por dolor las hallamos en miles de situaciones, como son las enfermedades ocasionadas por no cuidarse y que padecen millones de mexicanos; la falta de interés en educarse o educar a los hijos, y lo que induce la ignorancia; el no practicar algún ejercicio; el conducir vehículos sin atender normas viales; el establecer relaciones con personas tóxicas; el alcoholismo y diferentes adicciones; la apatía por no participar en la construcción de un mundo mejor, como puede ser involucrarse en actividades protectoras del medio ambiente, por ejemplo; el no exigir cuentas a los funcionarios públicos, etcétera.
El tema es prolijo. Cuando hay otras formas de aprendizaje, como nación estamos sumidos en el dolor. Aun así, están abiertas las puertas para educarnos, reeducarnos o deseducarnos.
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JJ/I