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El paradigma del mal 

La línea entre el bien y el mal está en el centro de cada corazón humano 

A. Solzhenitsyn 

Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató 

Génesis, 4:8 

 

La violencia en México y sus horrores no cesan. Los crímenes que fueron noticia la semana pasada son reemplazados por otros asesinatos esta semana que consternan y agobian a la población. El desprecio por la vida mostrado por los perpetradores es evidente y cada vez más preocupante. Asistimos como mudos testigos ante la lucha incesante entre el bien y el mal, con la percepción de que este último es quien cada vez avanza con mayor fuerza. 

La acepción mal tiene varios significados en español, pero me refiero a su acepción como sustantivo, no como adjetivo, como antónimo del bien; en el sentido de la palabra inglesa evil (agregar una d diría devil). En este sentido, el mal (o la maldad) se puede reflexionar desde varias perspectivas: teológica, filosófica, sociológica, psicológica. Por ejemplo, en El efecto Lucifer. El porqué de la maldad (2007), Philip Zimbardo afirma que “la maldad consiste en obrar deliberadamente de una forma que dañe, maltrate, humille, deshumanice o destruya a personas inocentes, o en hacer uso de la propia autoridad y del poder sistémico para alentar o permitir que otros obren así en nuestro nombre”. 

Su experimento de la prisión en Stanford, donde unos estudiantes recreaban el papel de carceleros y otros de prisioneros, hubo de suspenderse apenas pasados seis días debido que se dieron varios resultados preocupantes y colapsos mentales de los participantes (ver el film El experimento). Zimbardo concluyó que todos nosotros, bajo ciertas circunstancias, somos capaces de realizar actos monstruosos. 

Algo similar dedujo Hannah Arendt en Eichmann desde Jerusalén. Sobre la banalidad del mal (1963), después de asistir al juicio del ex nazi capturado en Argentina en 1961 por haber sido responsable de la estrategia para deportar miles de judíos a los campos de concentración. La filosofa alemana dedujo que personas perfectamente normales, bajo ciertas circunstancias, pueden realizar actos abominables bajo condiciones anormales. Concluye aseverando que “la lección que su larga carrera de maldad (de Eichmann) nos ha enseñado la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes”. El ex nazi no actuó movido por una locura o una maldad intrínseca, sino cobijado por un sistema que le daba la inmunidad. 

Por último, Claudia Card, en su libro El paradigma de la atrocidad. Una teoría del mal (2002), afirma que los males, según su teoría, tienen dos componentes fundamentales: el primero, el “daño intolerable razonablemente previsible”, hace que una vida o una muerte sea indecente. El otro componente es el crimen culposo. Las atrocidades, como los genocidios, la esclavitud, la violación, la tortura y el abuso infantil son para Card los paradigmas del mal. Retoma de Primo Levi (sobreviviente de Auschwitz) el concepto de zonas grises para señalar que en los campos de exterminio nazi los judíos eran obligados a colaborar contra miembros de su propia etnia, en una labor deshumanizadora y de exterminio. 

Parece que la ola de violencia en nuestro país encaja en este paradigma del mal, pues las ejecuciones, violaciones, feminicidios, infanticidios se insertan en un entorno de zonas grises, donde los delincuentes operan con total impunidad en una relación de poder desigual para someter y asesinar sus víctimas. 

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jl/I