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Trabajar con esperanza

Tengo la convicción de que en nuestro país las dos profesiones que requieren de más esperanza para ejercerlas son la agricultura y la docencia. En ambos casos se trabaja mucho, preparando todo lo necesario para que rinda fruto el esfuerzo.

En ambos casos, cada uno lo resuelve con los medios que tiene a su disposición, así hay quien usa la tecnología más avanzada, y quien lo hace con métodos y técnicas de hace cientos de años.

También en ambos casos se trabaja con perspectivas diferentes, desde quien apuesta a que los frutos de su esfuerzo lleguen a otras partes del mundo, hasta quienes confían en que beneficiarán fundamentalmente a su comunidad más inmediata.

En cuanto a los apoyos que se reciben para dedicarse a la agricultura o a la docencia, vemos muchas similitudes. Quienes lo hacen en asociación con grandes empresas tienen aseguradas las mejores condiciones, que les ayudan a tener mayor productividad, mientras que hay quienes incluso tienen que invertir sus propios recursos con el fin de lograr sus metas.

En fin, podría seguir numerando las semejanzas, que son muchas, pero pensando en las diferencias entre la agricultura y la docencia, creo que la principal está en el tamaño de la esperanza que es necesario tener para ejercerlas. Quien se dedica a sembrar sabe que en no más de un año sabrá si sus esfuerzos rindieron los frutos esperados, o si fueron más, menos o nulos.

En cambio, quienes nos dedicamos a la docencia, podemos pasar toda nuestra vida trabajando, sin saber si nuestro esfuerzo valió la pena o no. Claro, hay mecanismos que permiten evaluar la docencia al finalizar el curso, e indicadores que nos dicen cuánto aprendieron quienes pasaron por nuestras aulas, pero todo eso sigue haciendo referencia a la maduración inicial de lo que sembramos.

Pero el fruto de la labor docente es muy difícil de conocer. Puede ser que por nuestras aulas hayan pasado cientos, o incluso miles de estudiantes, pero pueden pasar años, toda la vida, sin que sepamos si algo de eso ayudó a esas personas a desarrollar su propio potencial con mayor plenitud. Y por eso se necesita tanta esperanza para seguir realizando la labor docente día tras día.

Desafortunadamente, las circunstancias actuales no ayudan a mantener la esperanza. En las últimas décadas hemos visto como se cierran más y más los caminos para muchas personas, mientras que unas pocas se benefician enormemente de la falta de alternativas. ¿Cuánto del esfuerzo docente podría haber fructificado mejor en otras circunstancias? No lo sabemos, pero probablemente mucho.

Y en particular me preocupa lo que pasa en la educación básica, que es donde más problemas se tienen para cumplir con los fines de la educación. Yo creí que la experiencia del confinamiento nos haría valorar más la labor de quienes se dedican a la complicada tarea de enseñar a niñas y niños lo más necesario para poder abrirse camino en nuestra sociedad, aunque al parecer no fue así. Pero no abandonemos la esperanza, aún podemos.

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X: @albayardo

jl/I