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Siempre mintió
El abogado de Ovidio
*En memoria de Óscar Chávez, ‘El Caifán’
Seguro a usted también ya le pasó. Para quienes sí hemos podido quedarnos en casa en estos días de confinamiento ha sido fácil perder la cuenta de los días. Como todos son muy parecidos, de pronto uno no sabe con precisión en qué día vamos. Las agendas modificaron su función. Ya no señalan lugares de las citas. Ahora en ellas dice algo así como: hoy, o mañana, reunión con… a través de Zoom. Una de las nuevas palabras que se han popularizado en los estratos sociales conectados. Tanto el uso de la computadora como del teléfono celular se han intensificado aún más, obviando el incremento del consumo de energía eléctrica y el impacto ambiental que esto implica.
El pasado 3 de abril publiqué mi anterior columna y entonces, en mis cuentas del confinamiento, llevaba 19 días. Hoy, 1 de mayo, se cumplen 47 días de estar básicamente dentro de casa escuchando y leyendo con cierta atención sobre el tema de la pandemia. Y estar dentro de casa tantos días, como sabemos, tiene consecuencias diversas. Por ejemplo, mis alumnos ayer me decían haber sentido ansiedad, soledad, abandono y ciertos cuadros depresivos. También están sucediendo experiencias contradictorias, por un lado, de no saber qué hacer con tanto tiempo disponible y, por otro, de no tener tiempo y energías suficientes para hacer todas las labores de casa que antes no hacíamos.
Y en esto de lo que antes no hacíamos y ahora sí quiero detenerme un poco. Quiero hacerlo porque hace varios años, antes de ésta y las anteriores pandemias, se ha venido planteando la necesidad de dejar de hacer varias cosas que hacemos cotidianamente porque tienen un alto impacto ambiental y a través de las cuales, día a día, hacemos que este sistema siga existiendo. Pero muchas de esas cosas, estando de acuerdo en su negatividad, afirmábamos que era muy difícil dejar de hacerlas.
Sin embargo, de pronto, por la vía de los hechos consumados, nos vimos obligados a dejar de hacerlas. ¿A qué me refiero? Después de tantos días de confinamiento podemos encontrar varios ejemplos. Veamos algunos: pensábamos en la dificultad de dejar de utilizar el coche particular mientras no existiera un buen servicio de transporte público. Pues nada, de un día para otro hemos visto cómo el auto se empolva en nuestras cocheras y hasta dejamos de usar los servicios de taxi o Uber. ¿Qué hizo posible esto? Simplemente que, vía el Covid-19, constatamos lo innecesario de transportarnos y estar todos los días en determinadas oficinas y centros de trabajo; saturando las vialidades en las horas de entrada y salida, consumiendo energía fósil y contaminando el aire, sin que ello redunde necesariamente en, como se dice desde el lenguaje tecnocrático, una mayor productividad y eficiencia.
Otro ejemplo. Éste en relación con el tiempo. Antes del confinamiento frases comunes al respecto eran: no tengo tiempo, no me ajusta o el tiempo es dinero. Todo el día íbamos de arriba abajo, de un lugar a otro, de un trabajo a otro buscando completar el ingreso. No teníamos tiempo siquiera para disfrutar del placer de la comida. Ahora quizá estamos aprendiendo a cocinar. Decíamos no tener tiempo, pero pasábamos horas dentro del coche o el camión en largos viajes por la ciudad.
Hay más ejemplos de estas prácticas que no creíamos posible dejar de hacer y que, probablemente nos están ayudando a comprender, de manera concreta, que sí se puede vivir de otra forma, más lenta, más sana y disfrutable. En las próximas entregas me referiré a otros ejemplos en esta misma dirección.
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jl/I