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Ingenuos
El abogado de Ovidio
El coronavirus abre un enorme campo de posibilidades que va desde no presentar síntomas hasta morir de forma dolorosa. Airea dos puertas: vida y muerte. Si la persona no se ha enfermado, puede resentir trastornos como la ansiedad o el miedo. Si se encuentra contagiada, los posibles síntomas varían. Hay quienes padecen dolores de cabeza o en articulaciones, oleadas de agotamiento, fiebre o dificultades para respirar, por ejemplo. El virus puede dejar secuelas de meses o años, ligeras o graves. Antes, durante y después jode.
En enero de 2021 se disparó el número de personas que venían a hacerse alguna prueba para saber si tenían coronavirus, indica la dueña del Laboratorio de Análisis Clínico. Si antes teníamos unos 10 por día, en enero hubo días que rebasamos los 100, añade. Vamos de nuevo para arriba. Ahora están llegando más de 20. El repunte empezó, advierte.
Una de las cuatro pruebas que se ofrecen en el mercado cuesta mil 200 pesos en un laboratorio privado. Para una familia de cuatro miembros implica un gasto de 4 mil 800, en promedio el sueldo de un mes. Sin incluir, en caso de salir positivos, los medicamentos. Por visita domiciliaria, un médico cobra mínimo 800 pesos. El coronavirus no solo agrede al cuerpo; exprime los bolsillos de los más desvalidos económicamente.
Los que tienen posibilidades de atenderse en su casa prefieren no acudir a ninguna institución o centro de salud pública. El temor es, si no están contagiados, adquirirlo precisamente en esos lugares por tanto enfermo que acude ahí. Real o no el riesgo, optan por confinarse. Si tienen quién los pueda visitar o por lo menos echarles un ojo, es suficiente. Sobrevivir es suficiente.
El enfermo de coronavirus es tratado socialmente como un apestado. Apenas se sabe que alguien enfermó, nadie se le acerca, le dan la vuelta, lo rehúyen. Si alguien lo auxilia, deja los encargos afuera de su casa. De lejecitos. Y hacen bien. Pero el enfermo puede percibirlo como si fuera un leproso. No todos los enfermos hacen público que cargan el virus. Prefieren enfrentar el padecimiento en silencio, resguardarse sin que los etiqueten de “enfermo peligroso” para quienes los rodean. Sin que los traten como un apestado.
El derecho a la ternura es vulnerado. Un simple saludo, un abrazo efusivo, un beso apasionado, un relajante masaje, una relación sexual satisfactoria ahora son prácticas de alto riesgo. Tocar o ser tocado es arriesgarse. Prácticas emocionalmente saludables ya no son pandémicamente saludables. La paradoja es cruel: si me quieres, no me toques; si me amas, no te acerques. La necesaria sana distancia aumentó la desnutrición afectiva.
Médicos recomiendan fortalecerse con tabletas de zinc, omega 3, vitaminas B y D, buena alimentación y actividad física. También usar extractos de fitofármacos para el sistema inmunológico. Sabedores de que el virus acecha, y que si llega encuentre al organismo en mejores condiciones, más resistente. En caso de enfermarse, recetan azitromicina, ibuprofeno, dexametasona e ivermectina. El antibiótico puede dañar los intestinos, provocar aguda colitis. Nadie se lo dice al paciente, quien descubre durante el tratamiento que su vientre está inflamado y adolorido; o con otros daños inimaginables.
Son miles las historias de terror escuchadas, conocidas, leídas o vividas. Una de las más dolorosas emocionalmente es no poder despedirse de quienes son hospitalizados y mueren. Ser intubado es pisar los umbrales de otra vida. Pocos se salvan. Darles adiós con el corazón o solo una mirada, agradecerles su amistad y cariño muchas veces no es posible. No hay tiempo. No hay condiciones. Sumamos más de 210 mil muertes por Covid-19. Somos un país en luto.
Twitter: @SergioRenedDios
jl/I