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Los López amparándose
Porque nos la quitaron
Gobernar a partir de ideologías nunca ha sido una buena idea: la historia está repleta de ejemplos que comprueban este principio. Ver el mundo con lentes ideológicos es un inconveniente irremediable, especialmente en uno cada vez más plural y multicultural.
Sustituto de doctrinas religiosas en el Estado laico, las ideologías han comprobado ser lucrativas para cautivar adeptos y, eventualmente, votantes. Sin embargo, la prueba de fuego para las ideologías en una sociedad democrática es su desempeño cuando, a través de las urnas, arriben al poder y desempeñen la función gubernamental.
Confirmar sus ideas a partir de capacidad, eficiencia y congruencia con las acciones de gobierno es tal vez la forma más contundente de desafiar las palabras y los hechos; esto es, confrontar una visión dogmática con una realidad abrumante. Las ideologías son como remedios milagrosos para resolver todos los problemas que enfrente una sociedad… desde la barrera. Ya en el poder es posible otear todo el panorama de la realidad y es cuando se debe dejar de lado la ideología y ejercer el poder para responder a las demandas de la sociedad; en resumidas cuentas, esto es lo que significa gobernabilidad.
Cuando no se cumple este precepto se origina lo que Yuval Noah Harari, autor de 21 lecciones para el siglo XXI, llama el “agujero negro del poder” y esto ocurre cuando “el poder se dedica a cambiar la realidad en lugar de verla como es”. Esto obliga a recurrir –continúa Harari– a cuatro métodos para confrontar esa terca realidad: primero, se minimiza la cuestión; segundo, se centra en una historia humana conmovedora, que resume todo el conflicto; tercero, se recurre a teorías conspiratorias; y, por último, “crear un dogma, depositar nuestra confianza en alguna supuesta teoría, institución o jefe omniscientes y seguirlos allá adonde nos conduzcan”.
Cuando toda la vida se ha tenido vocación de eterno político de oposición; ya en el poder, la inercia lo impulsa con fervor y se evidencian dos hechos: uno, se gobierna desde un fundamentalismo ideológico; y dos, se revela la incapacidad para gobernar: el resultado de la combinación de ambos es ominoso; no se construye, se destruye.
En el número más reciente de la revista Nexos (525), a partir de un inventario que titulan “Destrucciones 2018-2021” da cuenta de lo que significa la confusión entre un resultado electoral democrático y un destino transformador manifiesto. Puntualmente señalan 31 acciones de gobierno emprendidas para socavar ciertas instituciones que, bien que mal, funcionaban y solo se requería “meterlas al redil”, pero se recurrió a su destrucción, sin sucedáneos capaces, eficientes y coherentes.
La lista incluye, entre otros, la cancelación del aeropuerto, el Fondo de Estabilización (279.7 mmdp), las licitaciones petroleras, la transición energética, las subastas de energías limpias, Pemex y CFE, Inadem, ProMéxico, Apoyo para Migrantes, el Seguro Popular, descentralización de la salud, compras consolidadas de medicamentos, estancias infantiles, INEE, ciencia y tecnología, Fondo del Sistema Nacional de Investigadores, Fonca, Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación Integral, subsidios a la seguridad municipal, Fondo de Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, 109 fondos y fideicomisos, y 10 subsecretarías (https://www.nexos.com.mx/?p=57806).
Gobernar a partir de dogmas ideológicos, ocurrencias megalómanas y artilugios distractores está llevando a que el régimen de la 4T sea calificado de todo, menos de buen gobierno… y aún falta un poco más de tres años.
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