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Pandemia y la salud mental

Si ya oficialmente se había reconocido que la depresión era la principal causa mundial de discapacidad, que contribuía de forma muy importante a la carga mundial general de morbilidad, que afectaba más a la mujer que al hombre y que en el peor de los casos pudiera llevar al suicidio, con la crisis sanitaria de Covid-19 el escenario empeoró.  

Esto a raíz de la angustia por un posible contagio, consecuente afectación a la salud y una probable muerte; el aislamiento social preventivo durante varios meses; las afectaciones económicas; la pérdida de empleos; la perdida de familiares, los significativos cambios del estilo de vida; la incertidumbre sobre cuando se resolverán estas crisis, entre otros factores que también ya veníamos arrastrando, de acuerdo con una encuesta realizada por la Universidad Iberoamericana, la cual también arrojó que alrededor de 30 por ciento de la población mexicana reporto síntomas de depresión, más del doble de lo que se tenía esperado. 

Pero la depresión no ha sido el único problema de salud mental que incrementó, pues también crecieron los trastornos de ansiedad, del dormir, alimenticios, adictivos y sexuales, y otros problemas como la violencia familiar. 

Lo cierto es que, pese al incremento, los servicios de salud mental no se han saturado. Entre otras razones, esto se debe a que como lo ha reconocido la Organización Mundial de la Salud y a pesar de los avances que ha tenido la psicología, todavía sigue prevaleciendo una cultura de estigmatización a los problemas de salud mental. Las personas que los viven no están dispuestas a buscar atención profesional porque “no están locas”, aun cuando su calidad de vida y su productividad se estén deteriorando significativamente. 

También se debe a que por las condiciones económicas en las que vive la mayoría de la población, no existen suficientes alternativas públicas federales, estatales y municipales para recibir una atención inmediata y de calidad.  

Otra razón para que los servicios no se hayan saturado es que el ser humano tiene la característica de adaptarse a una situación problemática psicosocial y la va viviendo abnegadamente por años. 

Ante este escenario, el derecho constitucional a la salud, desde una perspectiva integral, implica no solo que los ciudadanos reciban una atención médica y psicológica oportuna y de calidad a sus problemas de salud física y mental, sino también a acceder a servicios de salud mental para que les ayuden a vivir satisfactoria y felizmente, con bienestar y con actitudes y habilidades para entablar adecuadas relaciones interpersonales. 

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